Viaje (soñado) a Lisboa Carles Pradas
Lisboa. Esa serpiente emocional que escupe poesía sobre sus propias calles; nido eterno de la nostalgia olvidada, muerte envenenada. Lisboa se contornea con aires de decadencia, al compás del pasado, como una vieja dama que baila solitaria entre pucheros abollados y luces blancas manchadas de agua plomiza y vino dulce. Mujer engañada, humedecida por el mar y el fuego solar, tabula rasa reflectora del mediodía de la memoria. Sigo caminando, capturando cada instante. Ascendiendo, descendiendo. Perdiendo el sentido del tiempo en una ciudad que no tiene principio, ni final …. Cegado por la mirada sedada, extraña de los sueños desnudos y los tristes tranvías -que a menudo asesinan algún gato- no consigo recordar cuándo llegué y no se cuándo me iré … Una carta jamás enviada, escrita bajo la lluvia, ebria de sensaciones dibujadas con lápices rotos. Lisboa tiene el sabor de las melodías desordenadas y los milagros cotidianos, el color del estanque de los peces muertos. Una acrobacia vidriosa que se desliza bajo mis pies. Trazo mi dirección mediante el dictado de su esqueleto de acero electrificado, sus vértebras de espuma oxidada. Hace un rato, mientras paseaba, he visto a Fernando Pessoa varias veces, en todas las ocasiones tenía un rostro diferente - incluso el mío-. ¿Cuándo encontraré el camino -anegado de piedras florecientes-de mi regreso? Esclavo del azar, viajero extraviado en los labios de Europa, gran bestia de las 100 guerras absurdas; gárgola asomada al océano nebuloso. Lisboa: túnel por donde enmudecen las palabras que nunca podremos pronunciar … El viento se enmaraña entre las farolas -dispersas como rosas salvajes sobre el asfalto rugoso-, acariciando una oscuridad anaranjada. El alma de Lisboa es inesperada, leve, predestinada a coagularse modelando formas caprichosas y extravagantes, cautiva en el espejo de su pálido sueño. Un enigma. La comedia y la tragedia se pelean en un cuadrilátero perfilado con las sombras de la mañana y las plegarias incumplidas del ayer. Todo se estremece, todo se desvanece, al mismo tiempo que el rumbo se permuta en notas musicales que se esconden debajo de las hojas, los mendigos y las paradisíacas alcantarillas. Un confuso jardín de antigüedad y melancolía, trampa para mariposas de ceniza. Un paisaje amordazado con el corazón del desencanto y la sonrisa de un niño que atraviesa el espacio como un gorrión malherido cubierto de cobre y porcelana. Dentro de poco llegará la negra noche de uñas mordidas y el Tajo reflejará grandes avenidas de estrellas -algunas de ellas repetidas- y yacerán bajo sus aguas las submarinas catedrales de chatarra, los perdones callados, las despedidas frías y los deseos dormidos y poco a poco nos iremos alejando de todo y de nada … Lisboa es como una lágrima que no cesa de desafiar la gravedad … |