PARTIDA
Ese día, el Argentino volvió a estar sólo, ese día bajó al supermercado, pero ya no con la sonrisa del que necesita algo, ese día sólo bajo a agradecerle a la cajera cada una de las veces que le hizo un favor, cada una de las veces que le rebajó algún céntimo, que le regaló bolsas para la basura o le cambió la paga en monedas de su trabajo, por un papel que aunque pesaba menos valía igual.
El argentino, como siempre lo conocí, no superaba los treinta y tenía ese cierto aire altivo que se le atribuye a todos los suyos, compartía piso en Barcelona con tres personas más, había venido a este país no con la ilusión de enriquecerse, pero sí con la mente abierta y el cuerpo preparado para resistir los términos desconocidos que plantea el arte cuando se pretende vivir de él, en su caso, “música”. Arrancar no fue difícil , el escenario escogido fue certero, su trabajo expuesto en la Rambla, en medio de tantos otros que están por lo mismo, y de tanto transeúnte cada vez más difícil de impresionar no iba mal, la escena estaba siendo perfecta, daba para comer, para pagar la renta, para llamar a casa y para permitirse un descanso en la playa un día soleado.
Muy pronto se compró “la bici”, se sintió contento, lo tuvo “todo”, bueno todo lo que le hacía falta para ser feliz, hasta el amor había llegado desde Argentina, “su chica” a la que había conocido en otro de sus viajes por el viejo mundo y a la que después de mucho tiempo, reencontró en su país en una tienda cualquiera, en una hora cualquiera en un día cualquiera, tan cualquiera que parecía que se hubieran llamado y se hubieran puesto una cita, que si hubiera existido no hubiera sido tan perfecta como lo fue aquel día.
Ahora,
el espectáculo tenía otro personaje, su habitación tenía
otro huésped, el “súper” otra clienta,, los gastos
eran dobles, el dinero casi el mismo, y así ser feliz no es tan fácil,
sin embargo aguantaron lo que se pudo, finalmente el músico, se volvió
camarero y le fue bien mientras lo soportó, pues había comida,
había habitación, había transporte y había amor.
Sólo faltaba el toque que le hacía parecer siempre feliz, solo
faltaba verle salir con la guitarra, con ganas de devorar miradas, de atrapar
oídos y en la noche volver con el gorro negro de lana lleno de monedas
para que la cajera del “súper” se las cambiara, luego pedirle
bolsas grandes regaladas para tirar la basura y finalmente preguntarle que
podía comprar con las monedas que quedaban sueltas después del
cambio.
Ese toque parecía perdido y con él ese encanto de la felicidad real que viene con lo que no se puede tocar, ¿cuando se extravió la magia?, ninguno de los dos tenía la respuesta, sabían que se querían, sabían que les gustaba estar juntos, pero uno de los dos estaba permitiendo que en una esquina se quedará descansando cada una de las ilusiones que les unió y después no se atrevía a volver en busca de ellas, por cansancio, porque no quería recogerla y prefería fingir que nada había perdido en la esquina aquella y que rescatarla ya no era su objetivo.
Tal vez de eso se trata de objetivos, tal vez fue eso lo que se les perdió
en el camino, tal vez sus deseos también estaban fuera del gorro negro
de lana, o tal vez se dieron cuenta de que mientras uno caminaba dentro de
él, el otro siempre caía afuera, como su relación que
sin un solo ruido desentonado caía suavemente como una canción
de cuerda entrando en los oidos del que se encuentra triste.
Cuando lo notaron se sintieron débiles tanto que no soportaron, el golpe certero del siguiente acto, la chica ya no estaba segura y los padres lo sabían, fue entonces cuando hicieron entrada a escena con aire de protagonistas, sin acuerdo previo, sin hora pactada, sin aviso alguno, se presentaron frente a ellos y tomaron decisiones y salieron de escena tres actores sin hacer mutis.
En el fondo el argentino lo sabía, su chica quería recuperar su vida, su bailarina era demasiado fina para estas labores callejeras, lo suyo fue como una cajita de música que duro mientras sonaba, mientras no hubo necesidad de darle cuerda, pero cuando llegó el momento ella prefirió cerrarla antes que reanimarla, pero estuvo bien pues a todas las historias les llega su momento.
El chico siguió con su vida, con su guitarra, con su música y con su bandeja cuando era necesario, sin embargo algo desde Argentina lo llamaba a gritos, algo le decía que lo pasado era sólo un intento y que tal vez en su tierra la historia sería diferente... entonces bajó al supermercado, ya no con la sonrisa de el que necesita algo, bajó a agradecerle a la cajera las veces que le hizo un favor, que le rebajó algún céntimo, que le regaló bolsas para la basura o le cambió la paga en monedas de su trabajo por un papel que aunque pesaba menos valía igual. Ese día abandono el país decidió que el retorno era el paso a seguir, pues una vez mas el amor por el arte esta vez el de amar le había ganado la partida.
Carolina Otálvaro Díaz
Periodista Colombiana
Caro_o05@yahoo.com
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